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Cristóbal Colón

ANTECEDENTES

INTRODUCCIÓN

INTERÉS CIENTÍFICO DE COLÓN

NEGOCIACIONES INTERMINABLES

¡TIERRA!

UN PÉSIMO GOBERNANTE
Cristóbal Colón
(Cristoforo Colombo)

ANTECEDENTES

Giovanni Colombo y Susana Fontanarossa fueron los padres de Cristóbal, nacido en Génova en 1451. Las noticias sobre su juventud son escasas y de dudoso crédito, pues proceden en su mayoría de la Historia del Almirante, escrita por su hijo Hernando mezclando hechos verídicos con episodios fantásticos. Parece cierto que trabajó en el taller de su padre, tejedor de oficio, hasta que se hizo a la mar cuando aún no había cumplido los dieciocho años. Puesto que Génova era una importante ciudad-estado de gran tradición marinera, Cristóbal no tuvo dificultades para seguir su vocación ni para aprender las artes de la navegación y la cartografía, lo que hizo de un modo autodidacto.

Existen documentos de numerosos viajes primerizos de Colón, entre los que destacan uno a Islandia, diversas travesías por el Egeo y varias expediciones comerciales a Flandes y Portugal. Fue precisamente frente a las costas portuguesas donde el barco, de cuya tripulación formaba parte sufrió el ataque de un navío francés y se fue a pique. El joven fue recogido por unos pescadores y conducido a Lisboa, donde iba a gestarse el primer episodio de su odisea. Corría el año 1476 y la capital lusa resultaba el lugar ideal para todo hombre que soñara con el mar. Allí se estableció como comisionado de los mercaderes genoveses y contrajo matrimonio con Felipa Moniz de Perestrello, hija de un importante personaje en la corte portuguesa, lo que le abrió un buen número de puertas importantes. Influido por la lectura de los relatos de Marco Polo, Colón concibió la idea de llegar a las fabulosas tierras de Oriente por mar, puesto que sin duda la Tierra era redonda. En 1484, aunque nunca había navegado más que como marinero, se presentó ante Juan II, rey de Portugal, asegurando ser capaz de llevar a cabo su aparentemente descabellada idea. El monarca se mostró benévolo con él, le concedió el grado de capitán e hizo pasar el asunto a una comisión de expertos. Contra lo que se ha venido admitiendo, Juan II acabó por aceptar el proyecto, pero se negó a que Colón navegara hacia el oeste, en la latitud de las islas Canarias, reservadas a Castilla por el Tratado de Alcaçobas, y propuso que el viaje se realizase por una ruta más septentrional, lo que Colón no aceptó. Además, las perspectivas portuguesas de abrir una vía comercial hacia Oriente por el sur de África hicieron que la expedición planeada por el genovés pasase a un segundo plano. Sin embargo, Colón no estaba dispuesto a renunciar a su idea ni a la gloria que, estaba seguro, aquélla iba a proporcionarle.

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INTRODUCCIÓN

Durante muchos siglos, filósofos, teólogos y hombres de ciencia habían asegurado que la Tierra era plana como un disco y estaba limitada por un mar infernal que se extendía, al oeste, más allá del cabo Finisterre y del estrecho de Gibraltar, situados en los extremos occidentales del mundo conocido.
Ese océano, afirmaban, no era navegable, y todo aquel que se aventuraba por sus aguas no regresaba nunca, engullido por sus terribles abismos o devorado por los numerosos monstruos que lo poblaban.
Colón no fue el primero en creer que la Tierra era redonda, pues en su tiempo eran ya muchos quienes sostenían esta tesis. En todos los puertos europeos se contaban historias semilegendarias de hombres que habían atravesado aquel enorme mar y encontrado tierra al otro lado, por lo que no debía de ser imposible seguir su ejemplo y alcanzar por vía marítima el extremo oriental de Asia, tal como Marco Polo había hecho por tierra.
Ese fue el propósito de Colón, quien no podía sospechar que entre Europa y las míticas Catay y Cipango (nombre que sus contemporáneos daban a China y Japón) había nada menos que un continente ignorado por todos. Este desconocimiento hizo que protagonizase la hazaña individual más importante de la historia de la humanidad, el descubrimiento de América, aunque muriera sin tener conciencia de ello.


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INTERÉS CIENTÍFICO DE COLÓN

Se centra básicamente en dos problemas,
- la naturaleza de los conocimientos geográficos que le llevaron a concluir que era posible un camino occidental hacia las Indias, y
- sus contribuciones a la navegación.

La decisión de Colón de buscar dicho camino se basaba en una estimación realmente infravalorada de la distancia de océano que se debía atravesar. La principal fuente de información acerca de la pequeñez del mar fue la Imago Mundi, de Pierre d'Ailly, quien afirmó repetidamente que España estaba próxima a la India, separada solamente por un estrecho mar. D'Ailly hizo notar que un pasaje del Libro de Esdras afirmaba que seis partes del globo eran habitables y sólo la séptima estaba cubierta con agua, testimonio que Colón consideró obviamente como significativo. Colón estuvo también influido por el florentino Paolo Toscanelli quien, en una famosa carta a un corresponsal portugués, afirmaba que la provincia de Mangi estaba a unas 5.000 millas náuticas al oeste de Lisboa y que Cipango estaba incluso más próximo. Colón había visto una copia de esta carta no mucho después de 1481, cuando residía en Portugal. Una esfera terrestre construida en 1492 por el cartógrafo alemán Martín Behaim siguió con exactitud la estimación de Toscanelli, pero Colón redujo todavía más aquellas cifras al disminuir en una cuarta parte la magnitud aceptada para un grado de longitud.

Colón creyó haber confirmado algunos cálculos medievales del diámetro de la Tierra con sus observaciones. En una nota marginal (núm. 490) a su copia del Imago Mundi, escribió lo siguiente: "Nota que a menudo navegando de Lisboa hacia el sur de Guinea yo he observado con cuidado el trayecto que hacen los capitanes y los marinos; y en seguida he tomado la altura del Sol con el cuadrante y otros instrumentos en varios sentidos, y he encontrado que ella concordaba con los datos de Alfragán, a saber, que a cada grado corresponden 56 2/3 millas; por ello hay que prestar fe a esos cálculos; se puede, pues, decir que el circuito de la Tierra bajo el círculo equinoccial es de 20.400 millas. ES tal como lo habían establecido el maestro, médico y astrólogo José Vicinho y varios otros que fueron enviados expresamente para esto por el Serenísimo Rey de Portugal". Otras notas al margen repiten la cifra de 56,66 millas para el grado.

Colón fue conocido por sus contemporáneos como un gran navegante. No determinaba las latitudes en alta mar, sino que navegaba por estima, esto es, apreciando según su parecer la distancia recorrida en veinticuatro horas y registrando el rumbo según el compás náutico. Utilizó el cuadrante marino y la plomada para observar la altura de la estrella polar, pero tan sólo como una comprobación de la estima. Para registrar la latitud, no hizo uso de fórmulas, sino de una tabla de latitudes correspondientes a los días de solsticio. Se hallaban las horas que duraba el día, tal como se determinaban por la ampolleta y luego se leía la latitud. Colón fue el primero en consignar por escrito la variación de la aguja magnética, aunque los modernos especialistas tienden a concluir que los pilotos portugueses debieron conocer este fenómeno con anterioridad. Por otra parte, logró determinar la longitud mediante la observación de un eclipse de Luna. Sus numerosas observaciones astronómicas le llevaron a la extraña conclusión de que la Tierra no era redonda, sino de forma de pera, con una protuberancia del tipo de un pezón.

Colón fue un agudo observador de las corrientes y vientos oceánicos y, como consecuencia de ello, inauguró las grandes rutas de navegación del Atlántico norte. En su viaje de vuelta, basándose en observaciones previas de marinos portugueses y en las suyas propias extraídas de un viaje a Islandia, navegó con rumbo noreste hasta la latitud de las Azores, antes de encaminarse al Este, porque sabía que allí prevalecían los vientos del Oeste.

Colón tenía un conocimiento de primera mano de la cartografía, el comercio practicado por su hermano Bartolomé en Lisboa; en el diario de su primer viaje afirmaba: "tengo propósito de hazer carta nueva de navegar, en la qual situaré toda la mar y tierras del mar Océano en sus proprios lugares, debaxo su viento". De hecho, en los Pleitos de 1514, un testigo daba cuenta de que todos los exploradores de Tierra Firme después de Colón "yvan por las cartas quel dicho Almirante de aquella navegación avia hecho e hizo, porque de todo lo que descubría solía hazer cartas". Debe observarse que, mientras que las cartas de Colón tenían siempre escalas de distancias, carecían de cuadrículas de latitud y longitud, porque continuaba pensando en términos de "climas" ptolemaicos. Colón, como muchos otros autores de la época de los descubrimientos, hizo frecuentes referencias a Ptolomeo y persistió en el intento de hacer nuevos descubrimientos acordes con el sistema ptolemaico.

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NEGOCIACIONES INTERMINABLES

Colón se trasladó a España y en 1485 se presentó en el convento franciscano de La Rábida sin una moneda en el bolsillo ni un pedazo e pan que llevarse a la boca. Aquellos monjes que habían tenido la nunciatura de Guinea con Jurisdicción sobre todos los archipiélagos atlánticos, estaban muy vinculados a las islas Canarias y al mundo marinero, de modo que no les fue difícil poner al genovés en contacto con Alonso Pinzón, armador local persona muy estima a en el puerto de Palos y verdadero apasionado por los descubrimientos de tierras nuevas. Pinzón se entusiasmó inmediatamente con el proyecto de Colón y le llevó ante el duque de Medinaceli, quien le dio dinero y una elogiosa carta de presentación para los Reyes Católicos.

Reconfortado por la generosidad del duque y por la bondad y comprensión de los franciscanos y el armador, el genovés se dirigió a la corte, instalada en Córdoba, provisto de la valiosa recomendación ducal.

El 20 de enero de 1486 consiguió ser recibido por los monarcas. Durante la audiencia, Fernando se mostró frío y evasivo, pero no así Isabel, quien juzgó conveniente someter los planes de Colón a una comisión de peritos, tal como había sucedido en Portugal. Además, le fue concedida una pequeña pensión en tanto los expertos deliberasen y se le procuró alojamiento en Salamanca, ciudad donde se instaló Colón con su hijo Diego, a quien hizo venir de Portugal después de que su esposa falleciese.

En principio, la junta de técnicos fue contraria a los planes colombinos, por considerarlos erróneos; en efecto, los cálculos de Colón situaban las costas o archipiélagos asiáticos a 750 leguas al oeste de las islas Canarias, lo que realmente era inexacto. Los reyes dieron a conocer esta resolución al interesado en Málaga, aunque le prometieron volver a tratar el asunto cuando finalizase la guerra de Granada contra los musulmanes. Durante la espera, el descubrimiento del cabo de Buena Esperanza por parte portuguesa, que suponía la apertura de una ruta hacia la India circunnavegando el continente africano, restó interés al proyecto colombino de llegar a las mismas tierras por occidente.

Ante la lentitud de la monarquía española en tomar una decisión, el genovés decidió buscar fortuna en Francia. Se puso en camino y pasó de nuevo por La Rábida, donde su viejo amigo el prior le propuso demorar la partida y apremiar a los reyes. El Reino de Granada acababa de caer y la situación parecía volverse en su favor.

Durante una nueva audiencia con los soberanos, Colón exigió ser nombrado Gran Almirante de la Mar Océana y virrey de todas las tierras que descubriese, además de pedir un 10 por 100 de los beneficios generados por la expedición. Fernando se enfadó y puso fin a la entrevista; Colón, resignado a continuar su peregrinación, emprendió de nuevo viaje hacia Francia. Llevaba dos horas de camino cuando fue alcanzado por un emisario: un judío converso, el tesorero del reino Luis Santángel, había hecho triunfar su causa y convencido a la reina Isabel, ofreciéndose a adelantar el dinero necesario para la expedición. Por fin, el sueño de Colón iba a hacerse realidad.

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¡TIERRA!

El almirante descendió a tierra con el notario real, el capellán y los oficiales; luego se arrodilló, dio gracias a Dios y con gran pompa tomó posesión de la isla en nombre de los Reyes Católicos, mientras grupos dispersos de indígenas, desnudos y aparentemente inofensivos, contemplaban con curiosidad a los recién llegados. Colón escribiría: «Son tan ingenuos y tan generosos con lo que tienen que nadie lo creería de no haberlo visto. Si alguien quiere algo de lo que poseen, nunca dicen que no; al contrario, invitan a compartirlo y demuestran tanto cariño como si toda su alma fuera en ello ...».

Estas gentes fueron posteriormente identificadas como los indios tainos, una etnia desaparecida después. Ante ellos, el asombro de los navegantes fue considerable, pues hablaban un idioma completamente desconocido y pertenecían a una raza que no se parecía a ninguna de las descritas en los libros de los exploradores y antiguos cronistas, desde Herodoto hasta Marco Polo. Pero a nadie se le ocurrió pensar, por supuesto, que aquellas tierras no pertenecían a Asia.

Desde San Salvador, Colón puso rumbo hacia el sur, deseoso de alcanzar el país del Gran Khan. Descubrió nuevas islas, entre ellas Cuba, a la que llamó Juana, donde los nativos fumaban cigarros metiendo un extremo de los mismos en la nariz e inhalando profundamente, cosa nunca vista en Europa, donde se desconocía el tabaco. Luego llegó a La Española, isla que hoy forman Haití y la República Dominicana. Allí embarrancó la Santa María y fue imposible ponerla de nuevo a flote. Después de transbordar su tripulación a la Niña y recorrer el litoral, Colón decidió dejar unos cuarenta hombres en un fuerte bautizado con el nombre de Navidad, situado en la costa norte de la isla. El 16 de enero de 1493, los dos barcos restantes emprendieron el regreso a España, adonde llegaron semanas después.

La historia del descubrimiento causó sensación. Colón fue recibido apoteósicamente en Palos y desde allí se dirigió por tierra a Barcelona para entrevistarse con los monarcas, llevando como prueba de su hazaña pájaros y frutas exóticas e incluso habitantes de las lejanas tierras descubiertas. Cuando se arrodilló ante Fernando e Isabel y éstos le mandaron sentarse a su lado, su orgullo ya no tuvo límites.

Las capitulaciones acordadas en Santa Fe, en las que tanto se le ofrecía, fueron escrupulosamente respetadas, y además los soberanos insistieron en que se hiciera de nuevo a la mar para consolidar y extender sus descubrimientos. Cuando el rey preguntó a quién debía entregar los mil maravedíes prometidos al primero que avistase las tierras asiáticas, el almirante, cegado por la ambición, contestó que le correspondían a él, porque la noche anterior al desembarco había visto una hoguera lejana. Rodrigo de Triana, enojado, pasó a Marruecos donde, quizás por despecho, se convirtió al Islam.

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UN PÉSIMO GOBERNANTE

El segundo viaje de Colón, iniciado en 1493, significó en cierto modo el comienzo de su declive, pues reveló el terrible error que había cometido dejando aquellos cuarenta hombres y puso de manifiesto sus pocas dotes de mando.

Una vez más la travesía se hizo sin contratiempos y en poco más de un mes la expedición, compuesta por una flota de diecisiete naves con mil doscientos hombres a bordo, llegó a La Española. Su misión era establecerse sólidamente en las Indias y ampliar el descubrimiento para alcanzar los territorios de Catay, todo ello bajo las órdenes de Cristóbal Colón.

El almirante reconoció fácilmente el lugar en el que había mandado construir el rudimentario fuerte Navidad: todo había sido incendiado y los cadáveres descompuestos de los españoles asomaban entre los escombros. Al efectuar un reconocimiento del interior de la isla fue encontrado el cacique Guacanagari, pero resultó totalmente imposible obtener de él una explicación del convincente y escrupuloso desastre acaecido.

A partir de ese momento Colón empezó a tener problemas con los indígenas, a quienes amenazó con convertir en esclavos si no le entregaban grandes cantidades de oro y especias, y con sus propios compañeros, descontentos con la realidad de un viaje que debía de ser prometedor para aparecer en extremo dificultoso e incómodo. Colón, alternativamente demasiado duro o demasiado blando ante la conducta de unos y otros, fue incapaz de imponerse: empezó a ser palmario que el gran navegante era un pésimo administrador, iracundo, vengativo e indeciso. Tanto que hasta sus colaboradores empezaron a detestarlo y no perdieron ocasión de criticarlo ásperamente en sus informes a la corte.

Cinco años después, en su tercer viaje, todos estos problemas se acentuaron, hasta el punto de ser designado por los reyes un comisario real, Francisco de Bobadilla, que se trasladó a las Indias con plenos poderes para tratar de poner orden en la gobernación de Colón. Bobadilla, poco cauteloso mandó apresar al genovés y a sus hermanos y los envió a España encontrándolos culpables de varios crímenes, incluyendo los de severidad excesiva e injusticia manifiesta. El almirante regresó a la Península encadenado, y aunque Isabel de Castilla ordenó al saberlo que fuese puesto en libertad inmediatamente, cuando Colón pidió la parte de los beneficios generados por la expedición que según lo acordado le correspondía, los soberanos se mostraron reacios a satisfacer sus demandas. Además, decidieron destituirle de su cargo de gobernador y suprimir sus privilegios, dejándole no obstante los títulos de virrey y almirante.

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