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III. Birds of passage are also women. La participación
de las mujeres en la migración internacional
5. Los derechos humanos y la vulnerabilidad
de las mujeresmigrantes: intenciones y realidades
c. Las otras vulnerabilidades
Además del engaño y la explotación, existen
otras situaciones en que la vulnerabilidad de la mujer migrante
se hace evidente. Uno de los indicadores más expresivos
ha sido habitualmente el bajo nivel educativo; por ejemplo, los
datos de los cuadros 13 y 15 muestran que los grupos
más numerosos de inmigrantes tienden a estar sobrerrepresentados
por mujeres con escolaridad primaria incompleta: en Costa Rica
y Venezuela, más de la mitad de las nicaragüenses
y colombianas tiene menos de 7 años de estudios. Esta ha
sido una imagen muy difundida en esos países, si bien carece
de asidero generalizar, según se observa la composición
de otros grupos y, además, si se examinan las cifras por
sexo, se aprecia que en esos mismos casos los hombres tienen un
perfil no muy diferente al de las mujeres.
El estereotipo negativo del inmigrante en varios países
-utiliza servicios sociales sin una contribución productiva
equivalente, es una amenaza para la identidad nacional, reside
de manera irregular y muchas otras figuras- se sustenta en su
bajo nivel educativo. Sin embargo, lo fundamental es que la baja
escolaridad no es una característica generalizada entre
las inmigrantes y de allí nuestra inquietud por no reducir
prioridades en el conocimiento de la migración y la elaboración
de políticas migratorias exclusivamente al estudio de la
vulnerabilidad de las mujeres migrantes, ante el riesgo que significa
invocar el bajo perfil de escolaridad como argumento para eludir
el protagonismo de las mujeres y perpetuar los supuestos de pasividad
y dependencia. En otras palabras, la vulnerabilidad en función
de la baja escolaridad no es un argumento suficiente para caracterizar
esta problemática.
Por otra parte, los datos del cuadro 14 muestran que en
Chile las peruanas registran una escolaridad claramente alta,
que no respalda su vulnerabilidad en función de la baja
educación. Sin embargo, son cada vez más conocidas
las dificultades que ellas enfrentan en su inserción en
la sociedad chilena y que se resumen en el estigma negativo que
cargan frente a algunos sectores; diversas investigaciones recientes
resaltan esa condición (Araujo, Legua y Ossandón,
2000; Stefoni, 2002a y 2002b).
Sin desconocer la importancia de la escolaridad debido a las múltiples
falencias asociadas a los bajos perfiles y que favorecen la discriminación,
debe reiterarse que esta adquiere dimensiones más profundas
cuando se combina con el origen nacional, la pertenencia étnica
y, especialmente, cuando se trata de mujeres indocumentadas, refugiadas
y desplazadas. Cada combinación definirá el grado
de vulnerabilidad de las migrantes. Así, las mujeres y
niñas que han debido migrar forzosamente por conflictos
sufren consecuencias a veces irreparables en su integridad física
y psicológica. Por la inseguridad y el temor a ataques
provocados por la guerra, muchas mujeres jefas de hogar se ven
obligadas a huir con sus niños después de la muerte
de la pareja. Además, la viudez modifica los papeles sociales
y económicos de la mujer en el hogar y en la comunidad,
así como en la estructura de la familia.
El desplazamiento aumenta la vulnerabilidad de las mujeres y de
sus hijos pues ocasiona la desintegración de las formas
tradicionales de protección, de apoyo y de enfrentamiento
de la adversidad, así como de los medios de supervivencia
económica (Lindsey, 2000).
Estas especificidades entre las migrantes tienen pocos registros
y se insertan en la problemática del racismo y sus múltiples
expresiones dependientes, como xenofobia, discriminación,
intolerancia y prejuicios, que se expresan en distintos niveles
de la vida social (Rivera, 2001). Es esta confluencia de adversidades
la que oscurece la posibilidad de que la migración constituya
una opción liberadora para las mujeres.
Si bien es cierto que las fronteras han sido tradicionalmente
zonas de encuentro e intensa interacción entre comunidades,
no es menos cierto que también son espacios geográficos,
socioeconómicos y culturales en los cuales convergen situaciones
de vulnerabilidad física, social y de género relacionadas
con la ausencia de recursos y con la pérdida de derechos
elementales. Como apunta Mora (2002), atravesar una frontera en
algunas regiones de América Latina puede constituir un
riesgo así como una amenaza de muerte, en especial en situaciones
de migración indocumentada, desplazamiento forzado y tráfico
de personas. Investigaciones realizadas en la frontera sur de
México mostraron que un 70% de las migrantes sufre violencia
y que casi dos tercios son víctimas de algún tipo
de abuso sexual durante su viaje, desde la coacción sexual
a la violación.
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