OHUBARDO Inc.
Organización Humanitaria de los Bateyes de
La República Dominicana Inc.

       
       
21 II. Continuidades y cambios en el mapa migratorio regional latinoamericano y caribeño: un retrato en cifras
1. Los patrones tradicionales

b. La migración intrarregional registra una moderada intensidad y predominancia femenina

Los inmigrantes provenientes de la propia región son mayoría en el conjunto de países (gráfico 1), si bien en Brasil y en México se acercan al 20% del total. Junto a estas cifras, no obstante, el rasgo más visible es la moderada intensidad promedio de la inmigración intrarregional, ya que, como aconteció en la década anterior, el stock de migrantes varió ligeramente con respecto a 1990, sobre todo si se le compara con la evolución en los Estados Unidos (gráfico 2). La situación es heterogénea según los países (cuadro 3): algunos vieron aumentar considerablemente su stock de extranjeros (siendo particularmente notorios los casos de Chile y Costa Rica), en tanto que dos de los que poseen los mayores stocks (Brasil y Venezuela) registraron un pequeño crecimiento, que no revirtió la tendencia descendente de la inmigración de ultramar.

Gráfico 2

 

 

 

 

 

 

 

Los intercambios migratorios entre los países de la región son de larga data y no solamente consignan los traslados de residencia, sino que tienen diversas expresiones, como, por ejemplo, la movilidad temporal o circular, asociada a los ciclos económicos y a actividades agrícolas, a la construcción de grandes obras y al comercio, entre otras, y su influencia se deja sentir especialmente en las regiones fronterizas. Como lo indica la experiencia de décadas pasadas, el patrón intrarregional ha sido sensible, además, a las coyunturas de expansión o retracción económica y a la violencia; esta última ha generado oleadas de exiliados y "retornantes" entre naciones vecinas; en algunos casos, estos movimientos derivan del desplazamiento interno, y ese es el caso de Colombia en los últimos años; los colombianos siguen representando el principal flujo migratorio intrarregional y la búsqueda de refugio en países vecinos ha sido uno de los factores de su vigencia.

Cuadro 3

 

 

 

 

 

 

Durante el decenio de 1970 hubo un gran aumento de la migración intralatinoamericana y el número de migrantes se duplicó. Desde los años ochenta en adelante, el crecimiento del stock de estos
migrantes fue modesto, pues el total acumulado sólo aumentó a 2,2 millones de personas (1990) y se puede conjeturar que dicha cifra se incrementó ligeramente hacia el año 2000.8 El comportamiento observado durante los años ochenta se debió al impacto de la crisis económica y sus programas de reforma estructural que se hicieron sentir con especial fuerza en las principales naciones de destino; la década "perdida" para el desarrollo trajo, no obstante, la recuperación de las formas democráticas de convivencia en varios países. La década de 1990 ha sido de "luces y sombras" y los principales países sudamericanos de inmigración (Argentina y Venezuela) no han tenido la estabilidad suficiente para atraer migrantes como en otras épocas, si bien los traslados a esos países siguieron produciéndose, esta vez con menor intensidad. Como hemos indicado, es probable que parte de la migración tradicional sea reemplazada por formas reversibles de movilidad (Villa y Martínez, 2002).

Aunque no se puede concluir todavía que los orígenes y destinos de las corrientes migratorias dentro de América Latina no se alteraron mayormente en el último decenio tendencia de décadas
pasadas , es claro que hay señales en esa dirección. Venezuela experimentó un leve aumento en el número de sus inmigrantes de la región (81% colombianos). Los colombianos tienen también importante presencia en Ecuador y en Panamá, y su número aumentó significativamente, en el primer caso, principalmente mujeres. Según el ACNUR (Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), los colombianos siempre han constituido poblaciones flotantes en zonas fronterizas y esto se exacerbó debido a la intensificación de la violencia; además, una fracción minoritaria ha
adquirido el estatus de refugiado (www.acnur.org). *9 La inmigración hacia Chile principalmente de ciudadanos peruanos fue importante durante los años noventa, al punto que marca la presencia cuantitativa de extranjeros más elevada de su historia, producto de un gran crecimiento, si bien esta tendencia no fue del todo inédita y el stock de extranjeros tiene una gravitación porcentual apenas superior al 1% de la población del país (Martínez, 2003b).

En Centroamérica, luego de las convulsiones de los decenios de 1970 y 1980, los acuerdos de paz, las repatriaciones y la estabilidad democrática no han alterado el mapa migratorio subregional: Belice y Costa Rica con magnitudes absolutas de inmigrantes muy diferentes, pero con tendencias e impactos
relativos similares en las esferas demográficas, sociales y económicas siguen siendo los nodos del sistema migratorio del istmo. En Belice, los extranjeros asentados provenientes esencialmente de Guatemala y El Salvador equivalen al 15% de la población del país, cifra que no incluye a los trabajadores temporarios ni a los migrantes en tránsito (SIEMCA, 2002). Costa Rica siguió siendo el destino de grandes contingentes de nicaragüenses (83% de los inmigrantes regionales a este país) y es manifiesta la fuerte atracción de los mercados laborales agrícolas y de los servicios para la mano de obra proveniente de Nicaragua. En su conjunto, los inmigrantes representan el 8% de la población del país. *10
La emigración intrarregional tiene gran significación en los casos de El Salvador y Guatemala. Además, el istmo se caracteriza por la condición de tránsito de los territorios, que sirve a migrantes del
sur de la región y de otras regiones en sus rutas al norte. La migración en Centroamérica se une a un sistema migratorio cada vez más relacionado con México, aunque la subregión exhibe los mayores rezagos sociales. Las remesas tienen un impacto macroeconómico considerable en El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Ya hemos destacado que la migración entre los países anglófonos de la Comunidad del Caribe se distingue por la intensa circulación de personas y una más reducida movilidad vinculada a traslados de residencia (Villa y Martínez, 2002). La información más reciente se remite a comienzos de la década de 1990 y señala que los inmigrantes representaban casi el 4% de la población de los países, y destacan por sus mayores stocks de inmigrantes cinco países: Bahamas, Barbados, Islas Vírgenes de los Estados Unidos, Jamaica y Trinidad y Tabago (Mills, 1997). En esta subregión tiene lugar, además, una intensa movilidad irregular; se conoce de deportaciones masivas de caribeños desde los Estados Unidos y se
escenifica singularmente la operación de organizaciones criminales internacionales dedicadas a la trata de personas (Thomas-Hope, 2002).

Sin duda, la migración de haitianos a República Dominicana es una de las más distintivas corrientes intrarregionales en el Caribe y en América Latina (véase recuadro 3). Hasta mediados del siglo XX se registraban importantes flujos de población originados principalmente en el noroeste de Haití, densamente poblado y con una deteriorada base de recursos, a zonas situadas más allá del límite internacional, cuyo mayor potencial productivo dejaba la imagen de una frontera agrícola.

Gradualmente, estos flujos se fueron convirtiendo en traslados estacionales, con una temporalidad vinculada a la dinámica de las cosechas en las regiones del norte y oeste de República Dominicana (Pellegrino, 2000) y luego devinieron en flujos hacia zonas urbanas, caracterizados por la irregularidad y la inserción laboral informal, el origen urbano, la mayor escolaridad respecto a los residentes en los bateyes y una creciente participación de mujeres (Silié, Segura y Dore, 2002).

En los últimos años República Dominicana ha sido uno de los principales países caribeños de origen de trabajadoras sexuales víctimas de trata, cuyos destinos son variados e incluyen una escala en países de la propia subregión (CELADE, 2003; Thomas-Hope, 2002).

Recuadro 3

HAITIANOS EN REPÚBLICA DOMINICANA
Fuente: Gavigan (1997).

De acuerdo con los antecedentes del Proyecto IMILA, la migración intrarregional acusa un predominio de mujeres desde los años ochenta, tendencia que se mantendría en la actualidad y que, como ya se señaló, le confiere un rasgo distintivo en el mundo en desarrollo (gráfico 3). Un análisis detallado de los intercambios muestra que la composición según género de las diversas corrientes migratorias es muy heterogénea, si bien sigue algunas tendencias. Los datos disponibles alrededor de 2000 muestran que los principales flujos intrarregionales tienden a ser predominantemente femeninos: colombianos en Venezuela (91,4 hombres por cien mujeres), nicaragüenses en Costa Rica (99,8 por cien), colombianos en Ecuador (89,2 por cien) y peruanos en Chile (66,5 por cien), lo que marca la tendencia de la emigración de cada paísde origen. Con todo, hay importantes excepciones (como los argentinos en Chile y Brasil, los colombianos en Panamá, los peruanos en Venezuela y los uruguayos en Brasil) y son numerosos los movimientos de pequeña magnitud que alcanzan comportamientos extremos. Detrás de esta heterogeneidad están tanto la complementariedad entre los mercados de trabajo de los países emisores y receptores como la demanda laboral en actividades de servicios, además de los efectos de la reunificación familiar. Hay, sin embargo, importantes elementos de juicio para reconocer que, crecientemente, la migración de mujeres obedece a motivaciones de diversa índole y, además, diferentes a la de los hombres, desde aquellas estrictamente laborales, pasando por las de carácter familiar, hasta otras más individuales.

En el Caribe, los datos censales del conjunto de países hacia 1990 presentan un ligero predominio femenino, asociado a las ocupaciones de la industria turística (Thomas-Hope, 2002).

Haití y la República Dominicana comparten una isla y una historia larga y antagónica, que data del período colonial. La migración estacional de cortadores haitianos de caña de azúcar, que se inició a principios de siglo, fue estableciendo gradualmente y de manera permanente una creciente población haitiana en las zonas agrícolas y en algunas de las principales ciudades dominicanas. Durante los años recientes se agregó a esta inmigración una corriente mucho más variada de haitianos que cruzan la frontera en busca de trabajo en una amplia variedad de actividades, por ejemplo, en los agro-negocios del arroz y el café, la construcción, el servicio doméstico, el turismo y las fábricas textiles en zonas francas. La magnitud de la población haitiana en República Dominicana es muy difícil de estimar.

Las expulsiones masivas y periódicas de haitianos han constituido un rasgo característico de la historia de ambos países. Las deportaciones, como la ola que se desató en 1981 a raíz de informes periodísticos sobre el uso extensivo de mano de obra haitiana en la agricultura, el decreto de Balaguer en 1991, una campaña de inspiración militar que determinó la deportación de varios miles de haitianos antes del frustrado intento de retorno del presidente Aristide en octubre de 1993, son sólo algunos episodios salientes de este drama prolongado y amargo.

La migración se mantuvo bajo control durante los años de Duvalier (y de su hijo, después), quien cobraba una especie de impuesto por cada ciudadano que iba a trabajar en los cañaverales dominicanos. Las deportaciones masivas han causado malestar en Haití, generando tensiones. Un protocolo acordado por ambos gobiernos para regular el trámite de las repatriaciones ha sido ignorado; el gobierno dominicano ha manifestado una creciente sensibilidad frente a las críticas internas y externas a propósito de este problema y mejoró la forma en que se llevan a cabo las deportaciones, al tiempo que ha renovado su actitud frente a esta migración. En este sentido, se ha sugerido que una organización internacional supervise las repatriaciones, a fin de que se ciñan a las normas internacionales


Gráfico 3

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


* 8 Para verificar esta hipótesis faltará la información de los censos de varios países, pero fundamentalmente de Argentina y Paraguay, dados sus comportamientos históricos. Los datos disponibles en los 10 países arrojan un total de 1,7 millones de inmigrantes de la región.

*
9 Ecuador y Panamá han asistido mayoritariamente a la población solicitante de refugio. En Ecuador, sobre un total de 16 mil solicitudes durante el año 2002, se otorgó poco más de una cuarta parte. La internacionalización del conflicto armado ha preocupado a muchos gobiernos, analistas y organizaciones internacionales, pues se reconoce que la atención a las necesidades de las poblaciones demandantes de refugio es tardía y precaria o, peor aún, inexistente (véase www.codhes.org.co). Como sucedió con otros grupos en Centroamérica y México, la repatriación precipitada representa un nuevo riesgo para las personas afectadas.

* 10 La combinación de la incidencia relativa con el tamaño absoluto de la población nicaragüense en Costa Rica hace que la migración sea uno de los temas más espinudos en este país. ¿Y en Nicaragua? Alberto Cortés (2003) describe los silencios que invoca la emigración de nicaragüenses planteando cuatro hipótesis interrelacionadas: a) la comunidad académica ha estado concentrada en las transformaciones radicales del país; b) los emigrantes no cuentan con niveles de organización social y política que les permitan ser reconocidos; c) la emigración es muy funcional para la clase política y la elite del poder (recuérdese la válvula de escape); y d) los migrantes corresponderían a clase media empobrecida, familias pobres y gente oscura. Estos silencios quizás con las mismas explicaciones pueden encontrarse en otros países de fuerte emigración.


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