Niños y adultos buscan sustento entre toneladas
de basura

Santo Domingo, (EFE).- Les llaman buzos porque "bucean" entre basura, moscas y gusanos, porque viven de lo que otros desechan, son niños y adultos que buscan su sustento dentro de un vertedero rodeado de palmeras cerca de la capital dominicana.

Trabajan sin límite de horas, las que aguante el cuerpo o la que imponga la necesidad, según el caso.

Llegan al vertedero de Haina, a 22 kilómetros al oeste de Santo Domingo, a partir de las 8 de la mañana, en muchos casos, incluso antes.

Sólo buscan lo que puedan vender: plásticos, botellas, cartones, metales, ropa y hasta comida, todo vale y todo cuenta si se puede sacar dinero en efectivo.

Entre montañas de desperdicios, moscas, gusanos, garzas, perros famélicos y también vacas, los "buzos" esperan impacientes la llegada de los camiones de basura, unos 100 al día, dice a EFE el administrador del vertedero, Andrés Reyes.

Con suerte, esos camiones, que depositan unas 100 toneladas de basura diarias, cambiarán su día, aunque no su vida.

Los "buzos" suelen trabajar por separado, aunque la llegada de un camión los aglutina: se abalanzan hacia él para lograr los mejores desperdicios.
Serio, con una gorra desteñida calada hasta los ojos, José Luis Martín, de 11 años, conoce el vertedero a la perfección.

Con un saco en una mano y un gancho en la otra para remover los desechos, recolecta sin descanso botellas de cristal. Para conseguir 30 pesos (un dólar) tiene que reunir 60 botellas. Ni una más ni una menos.
Una tarea nada fácil, hay que buscar, escarbar y volver a buscar bajo un olor pestilente, que él como casi todos los habituales hace mucho que, por suerte, dejó de percibir.

José Luis vive, literalmente, al lado del vertedero, con sus padres y sus cinco hermanos: todos tiene problemas respiratorios.

Su barrio está separado del vertedero por apenas dos metros de distancia.
El, como muchos otros, sufre en carne propia el olor a putrefacción y el humo que éste origina.

La historia de José Luis se repite, casi idéntica, en este y otros vertederos de la República Dominicana.

También la de Anita, de 9 años, que todos los días acude a este basurero para buscar la leña con la que su madre pondrá el caldero con la comida diaria, arroz, habichuelas y quizás, sólo quizás, un trozo de carne.

Con ropa desgastada, aunque con zapatos de tacón, Anita es también otra experta en eso del "buceo".

Agachado, sin dejar de trabajar mientras conversa, está Pedro Celestino, de 41 años, con el torso descubierto y la cara quemada por el sol. Afirma que lleva "todos los años del mundo" dedicándose a esto de ser "buzo", es decir, más de veinte.

Celestino es experto en recolectar cobre y aluminio que, dicho sea de paso, es lo que mejor pagan los compradores: la libra de cobre a 30 pesos (un dólar) y la de aluminio a 12 pesos (0,4 dólares).

Su jornada diaria es metódica: de 8 de la mañana a 12 del medio día y de 3 a 6 de la tarde. A unos metros, una mujer con un bolso negro de charol y un paraguas multicolor colgados al hombro rastrea la zona.

"Tengo siete hijos y dos nietecitos, de algo hay que vivir", explica, mientras a su lado una voz añade con ironía "¡Ay, carajo, qué bueno es estar vivo!", comenta a EFE.

Sí, los "buzos" viven del vertedero, pero hay otros que viven de los buzos: es el caso de los pequeños vendedores informales.

Amarilys Mojica, de 33 años y cuyas ventanas tienen como vista el vertedero de Haina, vende jugos de avena, limón y naranja.
Se lamenta de que no es muy buen negocio, pero que la "vida es dura", que "uno es pobre" y hay "que aguantar".

Y señala el cartel que, justo al lado del vertedero, casi como una burla, se alza sobre buzos y vendedores y que sólo dice: "No tirar basura". EFE


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