Hamlet
Hermann
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¿Cuándo
es el momento adecuado?
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Treinta
y dos años atrás, (Lunes 31 de enero de 1973), ocho
compañeros encabezados por el ex presidente Francisco Caamaño
Deñó, navegábamos en un mar tan turbulento
como nunca antes habíamos experimentado. Nuestro objetivo
era desembarcar en territorio dominicano y lograr que esa pequeña
vanguardia armada se negara a sí misma para movilizar a
parte de un pueblo y así terminar con la corrupción
y los abusos que cometía a diario el gobierno de Joaquín
Balaguer.
Bamboleándonos de ola en ola no dejábamos de hacer
una pregunta: ¿será este el momento adecuado para
iniciar una lucha armada contra el régimen imperante en
el país? En otras palabras, ¿resultaba apropiado
y oportuno que rompiéramos el indiferente equilibrio político
existente? Las vicisitudes que nuestro grupo había sufrido
en el año anterior, 1972, habían fortalecido la
convicción en el método de lucha y en la lealtad
a nuestro jefe. De ahí que la pregunta sobre la sintonía
histórica a nuestra acción encontrara justificaciones
de sobra.
Luego
del desembarco, el grupo guerrillero se internó en la cordillera
Central y el futuro pasó a estar en cada día que
el motivo último era la difícil supervivencia. El
ex presidente Caamaño, convertido en jefe guerrillero,
sería fusilado sumariamente al igual que la mayoría
de los demás compañeros de jornada. "En este
país no hay cárcel suficientemente grande para ese
hombre.", dicen que dijo Joaquín Balaguer cuando el
Secretario de las Fuerzas Armadas, Ramón Emilio Jiménez
hijo, le informó sobre la captura con vida del héroe
nacional.
El jefe militar interpretó a su manera el lenguaje del
Mandatario de la Constitución de la República y
horas después el cadáver de un ex Presidente era
presentado a la prensa como muerto en combate. "Luchó
como una fiera.", dijo el Jefe del Ejército, Enrique
Pérez y Pérez, como complemento de la cínica
coartada.
Como colofón vergonzante, las voces de antiguos compañeros
de Francis Caamaño empezaron a sentenciar que aquel no
era el momento adecuado para combatir a Balaguer. Como sobreviviente
de aquella jornada la pregunta que entonces empezó a rondar
mi mente era: ¿Cuándo será el momento adecuado
para transformar el injusto régimen social que nos oprime?
Los momentos históricos serán siempre apropiados
si lo que se persigue es el bien de la nación, me he dicho.
Lo que no fue adecuado es que algunos militares constitucionalistas
que acompañaron a Caamaño en la defensa de la soberanía
nacional le dieran la espalda y negaran los compromisos contraídos
con él.
Peor aún que ésos entregaran al gobierno con mucha
anticipación toda la información que conocían
acerca de los planes del héroe de Abril. Para colmo, se
pusieron a la orden de quien había heredado el poder político
de manos de los invasores de 1965. Ellos encabezarían la
represión popular en Santo Domingo y en Santiago de los
Caballeros mientras Caamaño combatía en las montañas.
Lo adecuado de cualquier momento no lo define el éxito
o el fracaso. Tanto uno como otro son muchas veces cuestiones
accidentales. Tampoco la muerte o la supervivencia explican lo
acertado de un hecho. Lo correcto de una acción viene dado
por la responsabilidad histórica, no por el oportunismo
o la cobardía. Para entender lo pertinente de una acción
tendríamos que recordar a Ramón Mella, el Padre
de la Patria, cuando con un trabucazo el 27 de febrero de 1844
marcó la diferencia entre los hombres y los pusilánimes.
¿Quién podría olvidar a otro patricio, Francisco
del Rosario Sánchez, cuando llegó al territorio
nacional para restaurar la República entregada a España
por el traidor Pedro Santana? Sánchez, al igual que Caamaño,
fue fusilado por defender los mejores intereses de la patria.
Al ex Presidente Francisco Caamaño hay que recordarlo y
venerarlo como uno de los grandes precursores de la defensa de
la soberanía nacional. Uno que renegó de sus orígenes
y de su formación militar tradicional para convertirse
en arquetipo para los militares dignos del continente. Fue Caamaño
el ejemplo que siguieron Torrijos, Velasco Alvarado y muchos otros
militares latinoamericanos que encuentran hoy su mejor expresión
en Hugo Chávez, Presidente de la República Bolivariana
de Venezuela.
A la distancia de 32 años de su asesinato, podemos concluir
que valió la pena el sacrificio del ex Presidente Caamaño
y sus compañeros. Valió la pena porque el continente
lo ha asumido como ejemplo digno mientras ha condenado a sus verdugos.
Valió la pena porque tenemos una vara para medir a aquellos
que lo traicionaron e intentan falsificar la historia y así
presentarse como dignos de reconocimiento por su deslealtad. De
verdad, valió la pena aunque el precio haya sido alto.
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